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La innovación educativa en la universidad del siglo XXI
El concepto de innovación está estrechamente ligado a lo social, político, cultural, económico, etc.
de nuestra vida; de ahí que sea un término en constante desarrollo y revisión (Fernández-Martínez
et al., 2020). De hecho, es complejo y profundo (Pizzolitto y Macchiarola, 2015), con un significado
adscrito al contexto y a las instituciones, organizaciones y sistemas que lo llevan a la práctica (Hannan
y Silver, 2005). En cuanto al concepto de innovación educativa, este irrumpe en el discurso pedagógico
de los años 70, a fin de responder a un proceso de indagación de nuevas ideas, propuestas y
aportaciones colectivas, con el afán de encontrar salidas ante las situaciones problemáticas de la
práctica educativa. En la actualidad, en cambio, va más allá de aportar soluciones, pues pretende
transformar la realidad de la educación e impactar en la sociedad (Marín y Pino-Juste, 2022). En
este sentido, la universidad debe incidir con respuestas innovadoras en los desafíos a los que se
enfrenta: un mayor número y diversidad de estudiantes, la promoción del aprendizaje permanente,
el cumplimiento de las exigencias del mercado laboral y una nueva ciudadanía para la sociedad
del aprendizaje (Hannan et al., 2000; Rodríguez-Rodríguez, 2024), siempre desde una perspectiva
humanista, crítica, ética y equitativa (Vázquez et al., 2021).
Las innovaciones empiezan por una causa o un detonador, que puede ser un problema o no.
El principal motivo para iniciar los cambios es que las personas no se sienten cómodas y, en
consecuencia, quieren cambiar esa situación (Tomàs et al., 2010b). Pero, ¿a qué necesidad
responde la innovación? ¿De dónde viene la necesidad de innovar del profesorado? Para
Etxague (2006), es el contexto social el que genera inquietudes, demandas, exigencias al ámbito
educativo y a su profesorado, que requieren de adaptarse y fomentar nuevas formas de enseñar
y aprender. El trabajo ya clásico de King y Anderson (1995) diferencia tres posibles orígenes en
la iniciación a la innovación educativa: el estimulante (cuando la necesidad de innovación surge
de los agentes implicados); el importado (cuando la innovación viene del exterior y se quiere
adaptar a un nuevo contexto) y el establecido (cuando es impuesto). No obstante, Imbernón (2024)
puntualiza que la innovación ha de ser intrínseca al proceso educativo y profesionalizador, en el que
se deben establecer mecanismos para facilitarla. Es decir, facilitar procesos de debate, diálogo y
consenso en torno a los proyectos de innovación e intentar eliminar los procesos
individualistas y de aislamiento del trabajo profesional docente.
La innovación se está reforzando en la actualidad en el marco de la educación superior (Fernández-
Martínez et al., 2020), entendida como un auténtico instrumento para cambiar radicalmente la
cultura universitaria y, por tanto, hacer de la enseñanza una tarea más horizontal para quienes
participan, más responsable con el entorno y más ética (Alkorta, 2011). Como reconocen Feixas
y Martínez-Usarralde (2022), esta actitud se caracteriza por fomentar la creación de propuestas
innovadoras, al tiempo que transforma los modos de enseñar y aprender, así como la cultura
institucional de los equipos docentes y de la universidad en su conjunto.
En tal aspecto, los proyectos de innovación educativa ofrecen a la comunidad universitaria la
oportunidad de respaldar al profesorado que busca implementar enfoques transformadores, fomentar
el trabajo colaborativo en equipos docentes interdisciplinares, promover un enfoque académico
fundamentado en la investigación educativa e influir en el impacto institucional (Schophuizen y Kalz,
2020). Así, el estudio de Ereñaga y Rekalde-Rodríguez (2021) puso de manifiesto que los proyectos